VIERNES 22 DE OCTUBRE-20 HS-EN HOMO SAPIENS-ROSARIO
PRESENTACION DEL LIBRO:
Los Olvidados
10 Cuentos de Oscar Belbey
Varias de estas historias suenan como una provocación. Intentan despertar al ciudadano abroquelado en sus mínimos problemas internos, sin hacerse cargo de los grandes temas que aquejan a la sociedad contemporánea.
Belbey aborda cuestiones muy serias, como una implícita lucha de clases sociales por sobrevivir en un mundo salvaje. Entre ellos, embate contra dogmas, farsas, espejismos, políticas, religiones, que intentan disfrazar, entretener y resignar muchas luchas sociales y búsquedas colectivas. Con sus cuentos atraviesa los distintos pliegos de la subjetividad, tomando una posición muy clara, como el título del libro lo anticipa.
Sueños de Malvinas (Fragmento de 6488 caracteres)
En sus noches delirantes los aviones ingresaban en su habitación, desde el techo caían en picada ametrallando su cama y su cuerpo; una paranoia creciente, los gritos de terror, alucinaciones cegando su mente no le daban tregua, su deteriorado físico corriendo para guarecerse de las bombas. Ni su madre supo darle contención:
—Me devolvieron al Tanque hecho un loco— decía sollozando.
Dos intentos de suicidio convirtieron su vida en un caos. Su apodo venía de sus sueños donde un tanque inglés se aproximaba para aplastarlo. En sus delirios suplicaba a su dios poder regresar a ver a su hijita.
La capital provincial era el lugar acordado para el reencuentro. Enclavado en la margen noroeste de la ciudad se encuentra San Agustín II, barrio de trabajadores, cirujas y dealers. Unas pocas cuadras de pavimento, mayoría de tierra y mejorado. Decenas de veces se inundó desde el río, la mayor en 2003. Aunque cuando llueve mucho sus calles son arroyos y cascadas.
La casa de Gastón, el anfitrión, está cercana a la avenida en construcción que circunda la ciudad y que funcionará como terraplén para defender a los barrios del río Salado. Una vivienda sin revocar, pintada de blanco, construida con bloques de cemento. Dos dormitorios, uno donde dos cuchetas daban albergue a los cuatro hijos que tuvo con Juana. Hoy sólo estaban las dos mujeres de 14 y 12 años, los dos varones, de 7 y 3 años se habían marchado con su madre, por ello quedaron vacías dos camas y medio lecho conyugal.
Los sábados por la mañana, en el patio trasero, las chicas y su padre brindan una copa de leche para los niños sin escolaridad. Habían comenzado por 40 pequeños y ahora ya estaban en los 70; lo ampliaron a pedido de padres vecinos que comenzaron a colaborar para que sus hijos también accedieran al desayuno de Sueños Infantiles, la denominación ideada por esa familia solidaria.
Los tres paraísos del fondo eran el lugar ideal para la mateada, el reencuentro del trío de camaradas. El eje de la charla serían aquellos oscuros días compartidos en la guerra. La gestora había sido Juana, al verlo a Gastón tan deprimido.
Al heroico recibimiento inicial a los combatientes, aún en la terrible derrota, les siguieron días muy duros. La gente los miró con simpatía, hasta con lástima, pero el fuego interno consumió la vida de muchos de ellos.
Al regreso, el “Tanque” Gastón había estado varios años con atención sicológica. Separado de su primera compañera, Teresa, con quien convivió previamente a la convocatoria del ilustre general borrachín que los había llevado a la muerte en las gélidas islas. Cuando marchó llamado por la “patria” tenían una niñita, Bárbara. A su regreso nunca consiguió relacionarse con ella, ni recuperar a su madre.
Luego de algún tiempo se concubinó con Juana, a quien sus amigos conocían por un encuentro hace una década.
Desde Rosario llegaría Ernesto, a quién solían ridiculizar porque no creía en ningún dios, virgen, santo, ni mitos; sus compañeros de división y sobre todo los suboficiales le auguraban “cuando veas venir las balas y las bombas, no te van a alcanzar las palabras para pedirle a Dios y a todos los santos para volver vivo a tu cómoda casita”. Él sonreía, su origen era una familia de clase media, donde le habían inculcado ideas de Feuerbach, donde el viejo filósofo sostenía, y él repetía sonriendo, “No es dios quién creó al hombre, sino el hombre quien creó a dios”.
Hay que imaginarse en esas ínsulas perdidas en el mar. El frío que se sufría en un clima terrible. Las ropas provistas por el ejército eran mínimas y más apropiadas para un safari al Sahara. Si no hubiera sido una tragedia, sonaría como una cáustica comedia de Emir Kusturica. Al “Che”, como lo habían apodado, le corría la sensación de que esos místicos muchachos que compartían esa brava patriada antiimperialista tenían más valor que su racionalidad. Los momentos más duros, con los ingleses bombardeando sus posiciones, lo habían hecho temer por su vida, pensar en su familia y llorar por su novia.
El tercero del encuentro era Tomás, que se escandalizaba con los planteos del Che; era hijo de un ex cura, que dejó los hábitos para casarse con su madre, una ferviente religiosa.
Tomás y Ernesto se encontraron en la Terminal de micros, confundiéndose en un fuerte abrazo; antes de marchar en un taxi al barrio de Gastón tomaron un café.
—Estás mas gordito Che, y con menos cabello, me hacés acordar a un personaje de una película de Hitchcock, esas que vi cuando volví de Malvinas, luego de que vos contaras Ascensor para el cadalso para distraernos del cagazo que teníamos. Vértigo, Psicosis, eran espectaculares, pero Los pájaros no me dejaba dormir, me acordaba de los aviones yonis que nos atacaban, era siniestra.
—Qué alegría verte Tomás, es una satisfacción que te hayas dedicado a ver buen cine, pero hemos pasado momentos muy dolorosos allá. En principio dudaba en venir, porque recuerdo situaciones escalofriantes que me erizan la piel y me nublan los ojos, pero vine. Me dijo Gastón que te trasladaste de Paraná y ahora estás en Mendoza, por eso no tenía la seguridad sobre tu llegada, por suerte ahora están los celulares.
—Yo también tenía dudas por el encuentro, pero al final vine porque también me habló la mujer del Tanque, que se fue de la casa porque este loco le pegaba, pero que necesita ayuda. Intentó suicidarse con pastillas, no quiere ir a más al psicólogo, por eso confiaba que nosotros, como amigos, pudiéramos darle una mano o equilibrarlo emocionalmente.
—Sí, a mí también me llamó la Juana , porque él decía en sus sollozos que los únicos amigos en serio éramos nosotros y el Flaco Menotti, como le decían a Julián. Ese fumaba más que el técnico de la selección. Pero el Flaco se nos fue al cielo, no soportó la presión. Cuando me contaron que se tiró al río en Corrientes estuve más de un mes con pastillas para dormir, porque me venían anécdotas de las islas a la mente y me ponía a llorar. Y ahora vine porque no quiero que al Tanque le pase lo mismo, no me lo podría perdonar— dijo afectado el Che.
—¿Te acordás cómo discutíamos por Dios? La verdad que era una boludez de pendejos, vos con tu ateísmo provocándonos y nosotros con nuestro fundamentalismo cristiano, te queríamos matar. Éramos unos enfermos, encima los milicos te hacían bailar como loco por lo que pensabas.
—Porque pensaba.
—Me daba vergüenza estar del mismo lado que ellos.
—Hoy el poder sigue pensando igual que esos milicos. Fijate, el milico de mayor jerarquía es el Papa