ANTOLOGIA 5 Taller literario
Coordinado por el escritor santotomesino Carlos Antognazzi
Incluye los siguientes tres cuentos de Oscar Belbey y CV.
Campeones
El TV blanco y negro, mostraba la clasificación para la final del mundial de fútbol ’78 en Rosario. El 6 a 0 a Perú, era la goleada que necesitábamos. Las sospechas y especulaciones quedaron para otro momento. Con este resultado lo superábamos a Brasil y jugábamos por el campeonato con Holanda.
El equipo capitaneado por Pasarella y conducido por César Luis Menotti, digno representante de un pueblo apasionado, festejaba en el campo de juego.
-¡Vamos por el campeonato! -expresaba el relator conmocionado.
En ese galpón mugriento, entre autos y camiones abandonados, rodeado de baldíos en las afueras de la capital provincial, se habían interrumpido las tareas de rutina para mirar el partido. Cervezas, rostros con gestos adustos, habían hecho un intervalo para festejar el pase a la final del equipo de todos los argentinos, la selección nacional.
-¡Somos los mejores! -gritó un cabo primero-, ¡brindemos! -y los cinco vasos se alzaron victoriosos.
Ella era muy alta, quizás llegaba al metro ochenta. Larga cabellera azabache, casi una modelo. Tal vez algún compañero en la tortura habría dado su nombre. Pocos podían resistir los macabros suplicios a que eran sometidos los desventurados prisioneros políticos. Simulación de fusilamientos, vejaciones, violaciones reiteradas, humillaciones, terribles martirios físicos y psicológicos.
Hacía pocos días que había cambiado su domicilio, estaba en una casa alternativa cuando cayó el ejército. Por suerte estaba sola. Su compañera Negrita, embarazada de ocho meses, había ido al hospital porque tenía algunas pérdidas. A su regreso seguramente advirtió el movimiento de los efectivos militares y pudo escapar.
El exilio interno era peligroso de sobrellevar, muchos militantes barriales, políticos, sociales, gremiales, universitarios, curas villeros, delegados de fábricas, de la administración pública, intelectuales, profesionales, miembros de organismos de DDHH, hasta madres que buscan a sus hijos estaban cayendo en redadas y no había casas seguras. Todos eran sospechosos.
El temor que se había instalado en la población era general; hasta las vecinas que barrían las veredas manifestaban “estos pibes, algo habrán hecho”. La desaparición de personas, el secuestro masivo y la publicidad oficial habían sembrado el terror en la población. El ciudadano promedio no comprometido priorizaba su precaria seguridad, aunque debiera delatar a algún jóven de “rara apariencia”.
Camila cursaba el primer año de Ciencias Económicas en la Universidad Nacional del Litoral. Con 19 años, pensando cambiar el mundo por uno más justo, fue capturada como sospechosa de colaborar con Montoneros. Militante social en el barrio Villa del Parque, colaboradora de la Capilla Cristo Obrero, junto a los docentes y vecinos que sumaban su espíritu solidario para alfabetizar a “los gurises de la villa”, cuyos padres eran desocupados del norte, hijos de la vieja Forestal, inmortalizada por Gastón Gori.
Su cuerpo desnudo exacerbaba a las hienas. Su espalda sobre un elástico metálico de una cama que hacia de sostén a esa figura deseable que enardecía esas mentes perversas. La picana estaba descansando unos minutos. Discutían entre ellos la propiedad de los bienes muebles del último secuestro: les había quedado una moto, juego de dormitorio, cocina, calefón, una heladera Westinghouse y el TV Ranser donde miraban el mundial.
Sus labios partidos en mil pedazos, sus pómulos hundidos y tumefactos, los orificios nasales llenos de sangre, su ojo izquierdo con nula visibilidad, sus quejidos casi imperceptibles. Su mente recorría los últimos días en la entrerriana Villa Elisa; la fiesta de fin del secundario, la despedida de sus amigas del pueblo, las lágrimas de su madre y hermanita menor. Su arribo a la pensión del Obrero Estudiante, conseguida por una amiga, y con esa pieza compartida por cuatro, más el vale para el comedor universitario, podía estudiar contadora con poco dinero.
El Capitán, ataviado con riguroso uniforme verde de combate, borceguíes lustrosos, correaje y cartuchera de cuero negro, una cadenita con una cruz de oro en su cuello. Con mirada pétrea, ojos azules, rubio de tez blanca. Con un gesto marcial tuvo que mantener alejados a sus hombres de ese cuerpo indefenso, provisto de unas cicatrices recientes de quemaduras de cigarrillos. Unas piernas largas y musculosas, azuladas por las patadas recibidas, su rostro adolescente, cruelmente castigado por cobardes puños de un salvaje interrogador.
Este repetía disciplinadamente un axioma, “estos pendejos, pertenecen a un complot del comunismo internacional”. Sus gritos se perdían en los techos desvencijados de ese tétrico galpón: “cantá, puta, decime lo que sabés, quienes son tus contactos, cuántos zurdos, guerrilleros apátridas están con vos, cantá que te voy a romper el culo, estás en mis manos, aquí yo soy dios, sabes, putita ...”.
-Yo soy peronista, solo trato de enseñarle a leer a los chicos pobres del barrio -sollozaba-. No me violen más, por favor
-Vos no sos peronista, nosotros somos peronistas, hija de puta, vos sos zurda, terrorista, nos quieren traer el comunismo y destruir nuestra identidad cristiana y católica - gritó el torturador.
El día de la final había llegado. En el centro de detención clandestino todo se detuvo. El Capitán en la mañana previa al inicio del partido definitorio, aparta al sargento y le susurra:
-Aprovechá que todo el mundo estará mirando el partido y terminá tu tarea, me lo pidió el Dr. Trusa.
-¿Quién? -preguntó sorprendido el morocho, temeroso de perderse la final de esa tarde.
-El juez, imbécil, el jefe de interrogatorio. Agarrá el Falcon, otro subordinado y hacé tu trabajo.
-¿Puedo hacerlo durante esta mañana, mi Capitán?, usted sabe que esta tarde juegan la final del mundial y tenemos que hacer fuerza por nuestro país.
-Bien, váyanse ahora y regresen para la hora del partido.
-Gracias, jefecito, usted sí que es un tipo sensible.
Por la tarde, en el Monumental de River, en Buenos Aires, todo estaba preparado para el festejo. Pero no iba a ser fácil. Los holandeses eran una máquina naranja que se nos venía encima del arco del Pato Fillol. En el entretiempo, subliminalmente, un aviso del gobierno informaba que “los argentinos somos Derechos y Humanos”.
El partido terminó apretado, 1 a 1. El poste nos salvó de perder a pocos minutos del final. En tiempo suplementario, Kempes y Bertoni definieron el pleito.
Las tribunas eran un espectáculo, y luego desde el obelisco se reiteraban las notas televisivas. La costanera santafesina, los boulevares y por todos los rincones de nuestro territorio se exacerbaba el fanatismo futbolero. El país era una fiesta.
-¡Somos campeones! -gritó el Capitán y se abrazó con sus camaradas. En esos momentos todos festejaban, incluso un par de prisioneros, que limpieza, esposas y grilletes mediante, estaban presentes en el sector del TV.
En la ciudad, en el país, no había distinciones ni discriminación. Ni económicas, ideológicas o religiosas, ni ricos ni pobres. Los ladrones y honestos, jefes y empleados, oligarcas y plebeyos, dictadores y sumisos, victimarios y víctimas. El relator aullaba en la TV:
-¡Todos somos argentinos, todos somos campeones!
Al día siguiente, con una foto inmensa de Kempes y del crédito local Leopoldo Jacinto Luque, el vespertino local titulaba a página completa:
LOS ARGENTINOS SOMOS LOS MEJORES
¡ARGENTINA CAMPEÓN!
En un costado inferior, una foto de la junta militar festejando el campeonato en las plateas del estadio.
En la página policial, un pequeño informe decía: “Joven guerrillera, morocha de cabello largo, fue acribillada en un enfrentamiento con las fuerzas del ejército en la ruta 11, en el ingreso norte de la ciudad. La subversiva, portando abundante material de una organización terrorista, munida de armamento de grueso calibre y granadas que no alcanzó a hacer explotar, se resistió a un control caminero y fue abatida por las fuerzas del orden. Se está tratando de determinar su verdadera identidad, dado que contaba con documentación apócrifa.”
LA FAMILIA PERFECTA
La mansión se visualizaba desde la ruta, ostentosa, un blanco de pureza, con una decena de palmeras en su frente; doble portón para garage, ventanales amplios en las habitaciones de planta baja. Cuatro ridículas columnas griegas servían de base a un balcón de madera y puertas ventanas multiplicadas por cuatro en la planta superior. Todas las aberturas de madera en quebracho colorado.
El sol del crepúsculo se reflejaba en la variedad de plantas y flores que tupían los contornos de la casa principal. Violetas, rojos, blancos, amarillos esplendorosos, naranjas brillantes y tenues, verdes en decenas de tonalidades.
En el jardín anterior al ingreso a la casa, una vieja araucaria hacía las veces de sostén navideño. Las luces aún no lucían con el sol recostándose en el horizonte. Las guirnaldas color oro y plata encandilaban con sus reflejos, las cintas rojas descendían desde lo alto del espigado árbol.
En su interior, el dueño de casa no ofrecía un segundo de respiro a su celular. Era 24 de diciembre. Las empleadas domésticas y el jardinero corrían a cada orden del acelerado pulso del Dr. Danilo.
-Abel, no traigás nada de comida -le dice a su hermano menor paternalmente, como siempre-. Solo traéte dos cajas de vino tinto Malbec y dos de Champagne Extra Brut. En casa sólo tengo esos chianti que traje de Roma.
-Ahora estoy saliendo, paso por una vinoteca y compro.
-A qué hora vas a llegar, mirá que nuestra madre, pretende cenar temprano, tratá de estar en casa a las 22 así al menos evitamos conflictos.
-En una hora estaré ahí.
Allí observó a la más vieja de sus empleadas, aguardándolo.
-Señor, no se olvide que le pedí un adelanto. Vienen mis padres, hermanos, sobrinos y nietos a pasar la nochebuena y la navidad en casa. En unos minutos vendrá mi marido a buscar el dinero.
Mientras tomaba por enésima vez su teléfono, pensaba: “Cómo puede esta mujer en su pequeña casita albergar a tanta gente y además darles de comer con su mínimo salario. Un día de estos la voy a tener que blanquear, ya hace quince años que trabaja conmigo. Seguramente su marido sigue sin empleo, además no creo que esté buscando, al morocho ese le interesa más jugar a las bochas y al truco que buscar algún laburo. Esta gente se gasta todo en este día y luego no les alcanza para terminar el mes”. A pesar de todo, pudo responder:
-Bien, doña Amable. Veré si puedo adelantarle su sueldo. Mire que luego enero es largo -le dijo por compromiso, desentendiéndose del problema.
-Recuerde que esta noche nos tiene que atender, viene toda mi familia, y se quedan a dormir en casa. Diga que uno tiene un lugar amplio sino se tendrían que ir a parar a alguna cabaña.
-Sí, don Danilo, ya tengo todo preparado, no podré ir esta noche a mi casa, pero mañana a mediodía estaré con los míos.
-Piense que por esta noche se gana unos pesos adicionales -dijo el patrón.
Tomando nuevamente el celular, se conectó con su hermana que estaba llegando desde Bariloche, donde tenía un apart hotel.
-Guillermina, ¿estás llegando, ya? No me hagas poner nervioso, el jardinero está terminando de asar el lechón y ustedes no dan señales de vida, ¿vienen tus chicos?
-No. Te envié un mensaje de texto diciéndote que sólo veníamos con Leopoldo. Los pibes ya están grandes, se quedaron con sus amigos y Zarina con su novio. Nosotros ya salimos de la autopista y estamos a una hora de tu casa.
-No me llegó nunca el mensaje, pero bueno, ya está. Apuren el paso, aquí los espera un Gancia con limón y hielo. La temperatura está pasando los 38 grados, me voy a tirar a la pileta unos minutos -corta el celular, quejándose interiormente de que ha comprado más comida de la necesaria porque no recibió el aviso. ”Seguro que ni me mandó el mensajito, ni piensa en los gastos, total todo banco yo”, se quejaba al arrojarse al agua con el objetivo de cortar su irritabilidad.
Al salir de la piscina reclamó su Valmont con hielo a doña Segunda, y se detuvo a leer el periódico de finanzas.
Al cabo de un rato, escucha las bocinas de un Audi en el cual arriba su hermano menor con su familia; tras ellos una Toyota 4x4 con su hermana y su marido. Los saludos se ven interrumpidos desde la planta alta por su hija Leticia, quirn lo reclama para que suba.
-Viejo, tu madre no se despierta, está demasiado rígida.
-Lo único que nos falta es que se nos muera en este día -dijo Danilo subiendo la escalera en un par de zancadas.
-Vieja, vieja -le dijo zamarreándola a la anciana de 82 años-. ¿Qué te pasa? ¡Despertaaateeeee...!
La anciana seguía estática y pálida.
-Llamá al doctor, decile que es urgente, que la vieja se nos muere -exige Lisandro a su hija.
De pronto la abuela entreabre minimamente sus ojos:
-Yo en el geriátrico duermo la siesta, como acá no podía, me tomé una pastilla -dijo doña Zulema.
Su hijo mayor, respirando aliviado y levantando la voz, le dijo:
-Vieja, no nos pegues un susto, justo hoy que vienen todos tus hijos, che.
-Vístala y llévela al jardín, sírvale alguna bebida fresca -dice Guillermina, dirigiéndose a Segunda, que lucía preocupada.
-Bien, señora.
-Quiero probar ese chianti con hielo, me cambio de ropas y me tiro al agua para relajarme del viaje -expresa Leopoldo.
-Bien, señor.
Los recién llegados acomodan sus valijas en sus dormitorios, cambian sus bermudas por trajes de baño, rodean la piscina para beber algo fresco y dialogar sobre acontecimientos familiares.
Llegan los últimos invitados, unos vecinos del barrio privado, que están relacionados afectivamente, ya que uno de sus hijos está de novio con Leticia, la hija mayor de los dueños de casa
Lisandro advierte la ausencia de su esposa y va a buscarla al dormitorio:
-Julieta, mujer, ¿qué te pasa? Estás tirada en la cama, mientras nosotros compartimos en la galería, cómo se entiende. ¿Qué te pasa, estás llorando, me querés joder la noche de Navidad?
-¿Sabés lo que pasa, imbécil? Que estoy harta de vos, de tanto fingir, de tanta hipocresía -comenzó a gritar la esposa.
-Pero te estás volviendo loca, ahora, justo hoy, venís a reclamarme.
Julieta se para, lo empuja contra el marco de la puerta y baja las escaleras gritando:
-Sí, justo hoy, que están todos los tuyos, quiero que sepan que lo nuestro es una mentira -mientras comenzaban a arremolinarse los familiares-. Y sabés, ¿por qué no les contás como hiciste esta mansión, de dónde sacaste el dinero? Vos, coimero, socio de narcotraficantes y piratas del asfalto. ¡Juez de la nación, patriota numero uno!
-Julieta, te dije que tenés que volver con el sicólogo, estas cada día peor -dijo el juez, apelando a la táctica que la mejor defensa es un buen ataque-. Estás histérica -le disparó.
Pero no contaba con que su mujer había agotado su tolerancia, cualquier gota podía desbordar el vaso, y ahora no habría retorno ni indulgencia.
-Tu familia perfecta. Tu viejo el gobernador más corrupto, tu Abelito, ese pastor de almas. Ese abogado de misa diaria, representante de las empresas más esclavizantes de la capital. ¿Te acordás hace dos años, que me llevó a buscar una provista de alimentos en el BMW, porque vos estabas ocupado mirándole el culo a la empleada, que tuve que echar porque se fascinaba con tus galanterías chabacanas? Bueno, ese día tu hermanito menor me llevó a la ciudad. ¿Recordás que “se nos rompió el auto”, que demoramos dos horas más de lo normal? Tu hermanito me metió en el motel de la ruta. Primero hice un escándalo, pero cuando él me contó que estabas cogiendo con tu secretaria y además con la doméstica, me rebelé y te devolví con la misma moneda. Además el pendejo me hizo gozar más que vos, para que lo sepas. Algún día te lo iba a contar, cuando más te doliese. Ese día llegó, y hoy es mi día de venganza.
-Pero qué hija de puta. No puede ser verdad lo que me decís. Bajá hijo de puta, bajá Abel, decime que no es verdad, que esta turra me quiere hacer perder los estribos. Vos no me podés haber hecho eso, te he pagado la universidad, te regalé el estudio jurídico, te envié todos mis clientes y te beneficié con unas decenas de veredictos favorables.
-Bueno, hermano. Mirá, tu mujer siempre me ha estado provocando, y ese día perdí el equilibrio, ingresé al motel y pasó lo que ella buscaba. Perdóname, pero luego nunca más pasó nada.
-Claro, no pasó nada porque yo me negué. Querés que le muestre a tu hermano todos los correos electrónicos que me enviabas, que hacías culto al onanismo por mí, tu cuñada. Que me separara del imbécil de tu hermano, en eso tenías razón. Vos me contaste de su relación con los narcos y piratas de asfalto, del dinero sucio que ganaba, de la secretaria que llevaba en los viajes a los “Foros jurídicos”.
-Hijo, esto es una vergüenza, qué van a decir mis amigas. Qué van a decir los chicos, ¿por qué insulta a mi finado esposo? -balbuceó la abuela Zulema.
-Pero qué dos hijos de mil putas que han sido. Me han convertido en un gran cornudo, y yo sin saberlo.
-Eso es verdad, sos tan vanidoso, tan soberbio, es mucho más fácil convivir con hipocresía. Yo tuve que soportar la vocecilla ingenua de tu secretaria, “el Doctor no puede atenderla, señora, el Doctor esta sumamente ocupado…”, y tal vez estaba disfrutando de tus favores sexuales, y mis amigas “alertándome” de tus infidelidades.
-Ay, querida, qué les pasa, hoy es Nochebuena, mañana es Navidad, el nacimiento de Jesús, hay que saber perdonarse, tenemos una familia tan linda, chicos -dijo doña Zulema.
-Abuela, esto tenía que estallar un día, en casa todos sabíamos todo, no te preocupes. Además a ellos los une el dinero, no el amor, así que deberán bancarse mutuamente y seguir mostrando buena cara hacia afuera, porque la profesión de papá es así de careta, y mamá ya se tomó revancha. Además a nosotros nos conviene que sigan juntos, sino el patrimonio se divide en mil pedazos y nosotros nos quedamos en la calle.
- Bueno, yo tenía que contar que mi Zarina, la de 16 años, está embarazada y dice que no quiere tenerlo, pero eso es una tontera dentro de este quilombo -dice Guillermina.
Inesperadamente, el jardinero aparece en escena:
-Patrón, el lechón esta listo. Voy trayendo los primeros trozos, es un manjar.
-Estos chicos. Siempre peleándose, no les presten atención -dijo doña Zulema, dirigiéndose a los vecinos.
En ese momento suenan las sirenas, estallan los petardos que arrojan los más pequeños, el estúpido de turno en la TV grita:
-¡Ha llegado la Navidad! ¡Alegría y felicidad para todas las familias!
El Rata
Mis ojos fijos en el techo, la pintura descascarada por la humedad. Tirado sobre la cama de aquel hotel alojamiento. La respiración entrecortada, excitada, el pulso acelerado, vehemente. No era para menos, los últimos ciento veinte minutos, habían sido demasiado vertiginosos, urgentes. Mi visión cada vez mas nublada, no hay lágrimas, hay desazón, no hay lamentos, hay impotencia.
Extrañamente mi memoria recorre muchos años hacia atrás; mi primer amor, ¿que tenía que ver con esta situación?, tal vez nada, pero mi mente me transportó. Un pueblo del norte, tomado de la mano de una rubiecita en una kermesse escolar, la abuela de la piba corriéndome con una escoba. En una situación como ésta me acordaba de esa anécdota ridícula, ¿estaba delirando?, ¿estaba consciente?
Sigo sorprendiéndome de mis recuerdos; el colegio secundario, picardías, una perra con el nombre de la profesora, el grotesco de la dama iracunda, la expulsión de los alumnos, la reivindicación de la rebeldía, la alta exposición de la señora, su lado débil: un amante infiel que facilita fotos comprometidas a los pibes, intercambio de favores, se suspenden las sanciones, el triunfo del reingreso. Una sonrisa inmensa me trae esa evocación, pero quiero levantarme, no puedo, me duele el costado, el dolor es cada vez mas intenso.
El sufrimiento me lleva hacia mi madre, ferozmente golpeada por mi padre; se escapó una noche de casa con el bebé en brazos. Nunca mas lo ví, hoy lo hubiera necesitado. Cuántas veces me faltó ese consejo, ese límite, mi vieja hizo lo que pudo. Cuando mamá fue violada por su patrón, con el Rengo le rompimos las costillas y le pegamos dos balazos en los huevos. El instituto penal para menores fue muy duro, aprendés a ser delincuente, a perfeccionar la mañas y el oficio de ladrón, a manejar mejor la faca y el puñal, a ser más cínico, más cruel. El consumo de drogas lo inicié allí, la misma cana me llevó a hacer canjes de pequeños robos por droga para consumo personal. Me relacioné con pibes muy chorros, cuando pude ingresar a la banda de los “monitos” tuve que sortear varias pruebas de destreza, de fidelidad, las pasé a todas y fui uno de ellos. Cuando me salieron bien varias misiones de tráfico desde Paraguay, pasé al frente; los gatos de los jefes pasaron a ser mis propias mujeres, luego trabajaron para mi. La Cinthia era la mejor, una platinada impresionante, unos muslos de atleta, unos pechos de diosa de película. Me enganché con ella, a ella le gustaban los tipos rudos, tenía algunos años más que yo, nunca tuve una mina que cogiera como esa.
Giro en la cama, las sábanas están mojadas, la mano se posa sobre la espesa mancha de sangre.
Esa mujer desnuda a mi lado era aquella tan apasionada, nunca voy a saber si disfrutaba o yo era un cliente más. Cuando cabalgaba sobre mí no había quién pudiera sujetarla ni hacerle callar sus jadeos. Nunca sabré si alguna vez tuvo un orgasmo, pero es mejor creerse que sólo los tenía conmigo. Estaba inerte, nunca la había visto tan inmóvil; al tocar su cuerpo percibía su laxitud, su frialdad, una sensación de vacío, de temor, de muerte.
Mi mente vuelve a volar; cuando maté a mi primer víctima sentí pudor, sentí asco, era un viejo que intentó quedarse con cocaína pura, habiendo rebajado la que distribuimos al por menor. Ese día el tipo estaba pasado de rosca, me enfrentó con un cuchillo de combate y tuve que matarlo, si no me facturaba a mí. Luego asesiné a una piba que se escapó del burdel, no podía aceptar que diera ese ejemplo, sino se terminaba el negocio.
Ya no recuerdo cuántos muertos tengo en mi haber, la más difícil fue cuando los “monitos” se dieron cuenta que los estaba estafando y me tendieron una celada, me salvó el instinto de conservación y el olfato. Un día cuando regresé al hotel sospeché algo raro, envié a mi compinche el Lobo en mi auto y le presté mi campera. En la oscuridad lo ametrallaron entre cuatro, le metieron veinte balazos y se escaparon. Los seguí en silencio junto al Rengo, les hicimos el aguante, cuando salieron del bar Chicago, con un par de putas y llenos de alcohol, los tomamos desprevenidos y los matamos a los cuatro y a las minas también. Se acabaron “los monitos” y me quedé con todo el negocio. Mi reputación subió mil por ciento.
Por la frente me corría un frío sudor, otra vez el recuerdo, me llega la voz del Rengo:
-¿Porque Rata?, yo soy tu amigo –dijo antes de morir de tres balazos que le dí por la espalda.
La platinada estaba inerte, le dí vuelta la cabeza y tenía un balazo en la nuca, su rostro era tan bonito que daba pena que terminara de esa forma, pero no había dudas, estaba muerta, ejecutada, como la había encontrado, por serme fiel a mi, por engañar a capo Don Alberto. Al viejo ya no le respondía ni con Viagra pero su orgullo era más intenso que su limitación. Una cosa era el coqueteo permanente y otra un video donde la ramera mostraba su goce conmigo.
Pero no me puedo quejar, fueron años muy buenos, me gané el respeto de casi todos, la envidia y el rencor de algunos. La sangre de Cinthia ya se había secado, era evidente que la ejecutaron en el dormitorio unas horas antes, y allí estaban esperándome cuando entré, aunque siempre precavido, este era un hotel no registrado, o al menos pensé que allí estaba seguro con mi platinada. Pero alguien la debe haber rastreado y acorralado, tenían la firme decisión de asesinarnos. Conmigo no pudieron, aquí estoy herido en varias partes, pero a ellos no les fue mejor. Sus cadáveres a la vista, uno en la puerta del baño con la cabeza contra el inodoro y el otro bajo la misma cama donde me desvanecí.
Seguramente el dueño del hotel ya habrá llamado a la policía, las sirenas suenan muy cercanas, claro, ese el era el motivo de haberme despertado. Me seguía desangrando pero atiné a arrastrarme hacia fuera, apunté con mi pistola a la camarera que se asomaba, la llevé conmigo hacia la habitación del frente intentando ocultarme, atravesé gateando el pasillo y aguardé la llegada de la policía.
Volví a recordar a mi padre castigando a mi madre y ese bebé escapando en sus brazos. Escapando.
Publicados en febrero 2009
CV para Antología 5
Oscar Belbey (1952) nacido y residente en Santa Fe. Perito Mercantil en Colegio Comercial de Vera. UNL Ciencias Económicas incompleto. Militante JUP. Secretario General gremio Vitivinícola (SOEVA), 16 años integrante Federación Nacional Vitivinícola y 12 años miembro directorio nacional de Obra Social. Director y editorialista Revista nacional: Compromiso con los trabajadores vitivinícolas. Concejal 1987-1991 por PJ. Militante y directivo de juventud PJ, y partidos Frente Grande, FREPASO, ARI, actualmente en partido SI (Solidaridad e Igualdad), asesor político y prensa de la diputada provincial del SI en el Frente Progresista, Dra. Alicia Gutiérrez. Director y editorialista de los periódicos del Frente Grande y ARI. Coordinador provincial ad-honorem del INADI en gestión Zaffaroni. Presidente Biblioteca Popular Latinoamericana. Editorialista Revista Latinoamericana. Disertante sobre temas gremiales, históricos, sociales, laborales, culturales y formación política. Talleres literarios virtuales y presenciales a partir de 2005, los mas destacados: periodísticos, crónicas, cuentos, narrativa, linguística con Hernán López Echague, Laura Giussani, actualmente con Carlos Antognazzi. Autor inédito. oscarbelbey@gmail.com blog: www.belbeyoscar.blogspot.com