jueves, 4 de junio de 2009

Cuentos: Pecadoras- Milagros-Edit.Nuevo Ser-Bs.As-2009

OSCAR ALBERTO BELBEY-Libro Editorial Nuevo Ser- Bs.As.-2009

MILAGROS

María de los Milagros Benavidez caminaba lentamente sobre la acera sur de la plaza central. Pollera larga color azul oscuro, blusa gris clara manga corta, zapatos negros acordonados. Cabellera rubia entrecana, en el cuello un colgante con la imagen de su devota Virgen de San Nicolás.
Su atención estaba fijada en el nuevo campanario que ostentaba la iglesia, la más importante de la ciudad cabecera departamental, distante a 329 kilómetros de la capital. El estallido de las campanadas rompía con la monotonía del ambiente, el paisaje se modificaba sustancialmente con el sorpresivo vuelo de decenas de palomas que aprovechaban para lanzarse sobre la fuente de la plaza, para mitigar el calor sofocante.
La mujer aparentaba unos sesenta años, aunque tenía diez menos. Tal vez, las tareas rurales de su infancia, el fuerte sol del norte provincial, la habrían avejentado lo suficiente como para mostrar un rostro plagado de arrugas, pero esa vejez prematura también golpeaba sus párpados, sus ojos. Su mirada trasmitía una tristeza desgarradora.
A sus veinte años supo ser una joven bonita, aunque su vida social estuvo demasiado condicionada por sus convicciones religiosas. Sus padres, practicantes de misa diaria en una aldea rural cercana, apegados a normas profundamente dogmáticas. Su nombre derivó del agradecimiento a dios por el nacimiento de su única hija, para ellos fue un “milagro del todopoderoso creador” y así lo tradujeron en la filiación civil de la niña.
Sus estudios primarios, cursados en el “Señor Misericordioso”, una escuela rural cercana a su pequeño predio familiar, cultivado con cítricos. El aroma de las naranjas y las mandarinas, eran un bello recuerdo que su olfato dejaba deslizar en cada visita a una verdulería de la ciudad.
Luego fue enviada a la ciudad más cercana para continuar sus estudios secundarios en el Colegio Inmaculada Concepción, dado que se había destacado por su rápida incorporación del conocimiento y su iniciativa permanente, lo que la convirtió en la escolta de bandera de su curso.
No era propensa a las salidas colectivas y en sus momentos libres, se quedaba en su pensión, ya que era una ávida lectora de la biblia. Sus principios ortodoxos y su falta de flexibilidad para el diálogo abierto, para seguir las bromas de sus compañeros, la fueron aislando del conjunto. A pesar de sus buenas notas, se fue autoexcluyendo del resto de la comunidad estudiantil. Era introvertida, poco comunicativa, no participaba de las fiestas, no aceptaba invitaciones a salidas nocturnas; supo tener algún compañero de curso interesado en ella, pero su exagerada formalidad, su melancolía, su actitud huraña, su misantropía, comenzó a ser punto de ironías y anécdotas humorísticas de sus camaradas de estudio. Su obsesión por evitar relacionarse con varones la llevó a sufrir calificativos desleales e injuriosos. Sus pocas amigas dejaron de frecuentarla, solo su firme convicción religiosa, su oración permanente, le permitió seguir estudiando y culminar con el bachillerato y la especialización docente.
Rezaba todos los días al acostarse; agradecía cada comida; sostenía que únicamente se podían tener relaciones sexuales al arribar al matrimonio, que hasta las caricias y besos eran pecados terrenales.

Al pararse frente a la iglesia atinó a sentarse en el banco más cercano para descansar. Su mente había corrido muchos años hacia atrás y necesitó ese respiro para poder ordenar sus pensamientos.
Con seño fruncido recordaba cuando, ya docente del colegio secundario donde cursara sus estudios, algunos la apodaron “la monja”. Se enteró cuando, un día al llegar a dar clase de Religión, encontró escrito en un pizarrón ese adjetivo con mucha sorna: “la monja hace 38 años que está esperando al espíritu santo” decía el cartel escrito en tiza en el pizarrón del aula. Se sintió agredida, ella había cumplido esa edad hacía unos pocos días, pero ante ese hecho solo pudo tomar el borrador y eliminar la frase sin hacer comentarios, ante el murmullo y las risas de la mayoría. Allí también vino una década atrás a su mente, cuando se enteró que una de sus alumnas estaba embarazada y que no quería tener al bebé porque no estaba en condiciones de ser madre tan joven. Ella pretendió hacerla cambiar de opinión a la joven y llegó a su hogar para hablar con sus padres. Estos le dijeron “que respetara la decisión de la chica de hacerse el aborto, porque estaba en tiempo, dado que solo era una unión de espermatozoide y ovulo de seis semanas”. Ella planteó “que era un crimen”, según la religión católica, el culto del colegio donde concurría la adolescente. Llevó el tema a las autoridades del establecimiento. Fue respaldada totalmente y se expulsó a la estudiante. Pero pasó a ser la más odiada de las profesoras y más de medio curso se cambió de colegio en repudio a su actitud. Esa vez tuvo que enfrentar con su Biblia en la mano al periodismo que, atraído por la noticia buscaba su opinión para justificar la expulsión de la joven. Se mantuvo con bajo perfil, pero su rostro se hizo conocido en la ciudad, se la vio en los noticieros, su foto en los diarios. Tuvo muchas adhesiones de fieles a su religión, pero también muchos repudios y fue el blanco móvil de la juventud; hasta le escribieron su casa de frente blanco, con aerosol rojo, con leyendas donde decían “monja botona” y “monja volvete al convento”.
A partir de ese episodio, los alumnos en su gran mayoría dejaron de saludarla. Varias de sus colegas la evitaban y las menos le daban su aliento. Ella no entendía cómo en un colegio religioso podía pasarle esa situación, pero sostenía la justicia de su denuncia contra la alumna expulsada.
En esa época tenía un amigo, Jesús, compañero docente, que compartió la decisión de hacer respetar sus principios religiosos; también solterón como ella, la invitó al cine a ver películas románticas, a almorzar o caminar tomados de la mano. Se había ilusionado con formar una pareja. Ya no había tiempo para hijos, pero al menos anhelaba compartir esa etapa de su vida. El muchacho era de carácter dócil, vivía con su madre, que dominaba todo su accionar en forma autoritaria. En principio debían ocultar sus encuentros, ya que a la señora no le gustaba la amiga que su hijo había elegido. Luego la anciana, devota de San Cayetano, resultó ser íntima amiga de la madre de la niña expulsada del colegio, y durante un almuerzo en casa de Jesús, la acusó de ser una fundamentalista y egoísta que destruyó la vida de una jovencita. Ese fue el inicio de la debacle sentimental. Los encuentros comenzaron primero a espaciarse y luego a diluir sus esperanzas.
Regresando a sus años de veinteañera, con mucho pesar intentaba olvidar un hecho lamentable en su vida y en su etapa de catequista. En ocasión de la dictadura militar fue detenido y desaparecido el padre Camilo, párroco del barrio Obrero. Según comentarios extraoficiales, revistaba en el movimiento tercermundista. En esa ocasión, vino por unos meses en su reemplazo un curita muy joven, de nombre Adán. Comenzó entre ellos una bella amistad, que fue frustrada cuando un día tomando mate en la sacristía, el padre Adán la abraza y besa ardorosamente. Ella sintió fuego en su interior, nunca había sido besada ni acariciada, nunca había sido sorprendida con tanta pasión. Según su opinión “dios obró mágicamente contra el pecado”, e hizo ingresar a Olga, la señora que limpiaba la iglesia, para descubrirlos en esa situación comprometida. El resultado pudo haber sido que ella y el curita, hacían su autocrítica, blanqueaban la situación, se casaban, tenían hijos y eran felices. Pero las leyes escritas y no escritas de la religión, generaron un desastre. Adán fue enviado a la selva misionera y Maria de los Milagros, aduciendo que había sido engañada por el cura seductor, salvó su trabajo y buen honor, pero no pudiendo evitar el chisme de la población. Debido a este suceso fue trasladada por ocho años a otra ciudad de la provincia en la misma orden religiosa.

Las campanas ya habían dejado de sonar cuando una joven la tomó del brazo diciéndole:
—Señora Milagros, ¿le pasa algo?
—No querida, solo estaba descansando, espérame en la iglesia que ya comienzo mi charla sobre “Educación sexual para católicos”.



















PECADORAS

El sol se escondía tras la ventana del segundo piso del edificio de la obra social de los trabajadores vitivinícolas. La reunión del directorio nacional retomaba el debate sobre la postura del delegado santafesino, para encarar unas charlas de educación sexual y procreación responsable para las trabajadoras de viñas, extensivo para las esposas, concubinas o hijas, incluyendo también a los afiliados masculinos.
Finalizaba el año 1984; no hacía un año se había ganado la democracia, luego de una feroz dictadura militar y de una derrota aplastante en Malvinas; los dirigentes gremiales recién se hacían cargo de los servicios de salud, pero sus orígenes y educación eran muy disímiles para poder consensuar las prioridades.
El planteo mayoritario era convocar a una gran reunión en los centros de salud de Mendoza y San Juan, para brindar mayor conocimiento de los métodos anticonceptivos. Se llamó al médico y potencial disertante de los temas de referencia, para que los miembros del directorio, pero sobre todo los delegados de las zonas de viñas y producción del vino, sean informados sobre esta intención de la obra social.
—Eso es meterse en la vida íntima de las familias -dijo un delegado bajito de cabello crespo.
—Escuchame, vamos a tener quilombo con el cura local, es un tema que mejor no meterse -dijo un flaco alto, jefe de la obra social en la sede Maipú.
—Pero vos no podés permitirle al cura, que además nunca practicó sexo, que te diga qué tenés que hacer en tu casa –dijo el santafesino.
—Vos creés que San Juan es igual a Santa Fe, viejo, allá la gente no se mete con estos temas, y las mujeres respetan su religión -expreso José, un gringo de tez muy colorada y expresión inquieta.
—Bueno -dijo el delegado que hizo la propuesta-, por qué no lo escuchamos al Dr. y luego resolvemos.
El médico, un poco presionado por las manifestaciones de los delegados, comenzó con una voz pausada:
—Muchachos, yo comprendo sus inquietudes, pero estamos a fines del siglo XX y algunas cosas hay que empezar a cambiar en materia de salud.
—Pero doctor, Ud. no sabe lo que es el párroco, va a tildar de pecadoras a las mujeres y es capaz de escracharnos en la misa del domingo. Sería terrible –dijo el delegado de Godoy Cruz.
—Pero los curas respaldaron un genocidio de jóvenes en la dictadura o se olvidan de eso -dijo el santafesino-. Nosotros debemos educar a la gente, que no pueden estar dando premios a las mujeres que tengan más hijos, cuando esos hijos terminan siendo desnutridos y tenemos la más alta tasa de mortalidad infantil en tu provincia. Las adolescentes de 14 o 15 años son madres sin estar preparadas, y las jóvenes tienen hijos que no pueden alimentar, ni criar, ni educar. Tener relaciones sexuales no debe ser sinónimo de tener hijos, o al menos eduquemos para que puedan optar por un método anticonceptivo.
—No estamos discutiendo política, y contra los milicos estamos todos, pero la influencia de la iglesia en los campesinos, no la podemos esconder –dijo un mediero.
—Bueno, para eso somos dirigentes, para estar un paso más adelante de los obreros y explicar lo que por su ignorancia no pueden o no quieren aceptar -expresó el asistente social promotor de los cursos en la obra social.
—Pero Flaco, vos decís eso porque fuiste a la universidad, porque pudiste estudiar, pero estas mujeres no quieren saber nada que modifique su pensamiento, y mucho menos pelearse con el cura, que luego les niega la confesión.
—O no quiere bautizarles los hijos o no los acepta en la escuela de la iglesia -se defendió un catamarqueño.
—Bueno -dijo el médico, retomando el diálogo-. Es necesario que tomen conciencia de que, aún contra la posición religiosa, tenemos que admitir -dijo apelando a su pragmatismo-, que estamos en una profunda crisis económica en la obra social, y que debemos hacer economía en varios rubros. Según estas planillas -que desplegó sobre la gran mesa de reuniones-, los gastos por 9 meses de atención médica a la madre, los estudios preventivos, internación, medicamentos, partos y cesáreas, más las prestaciones médicas que necesita un bebé, neonatología, lactancia, vitaminas y muchos etcéteras más, se llevan una gran parte del presupuesto. Sumen todos esos gastos, y verán que la inversión en evitar una cantidad importante de embarazos (adicionados a la mejoría en la salud mental de la mujer, sin estar abrumada por tantos hijos, pudiendo planificar su vida sin tantas presiones) es mínima y las ventajas son innumerables.
—Está bien doc, pero hay una idiosincrasia de la mujer donde ellas quieren ser madres -manifestó el patriarcal delegado de Godoy Cruz.
—Pero viejo, dejá de ser tan machista -dijo el porteño-. Dejá que resuelvan ellas, bánquense que hagamos una convocatoria y que opinen las mujeres. También creo que en nuestro sanatorio deberíamos permitir el acceso a los abortos en los primeros tres meses de gestación en los casos de violaciones y colaborar con las niñas para que denuncien a sus victimarios para que esas conductas no se repitan. Además, según mi visión, estamos frente a un feto, producto de una violación, una vida futura no querida, más bien repudiada, es la fecundación de un óvulo por parte de un espermatozoide, no es una persona, deberíamos aceptar la gravedad de la situación a que obligamos a esa criatura, a llevar 9 meses el producto de una acción criminal en su contra, priorizando su vida y teniendo una visión científica en lugar de una posición religiosa, de que hay vida desde la concepción.
—Vos te creés muy moderno, pero con la familia y la iglesia católica no se juega, querido, esto último ni siquiera está legislado y mi opinión es que eso es un asesinato. No vinimos a debatir eso sino una simple charla de educación sexual -respondió el nativo de Las Casuarinas.
—Está bien, pero si ustedes se quedan en las cavernas creyendo en espejitos de colores, no cuenten conmigo. En el sanatorio nuestro haremos lo que la víctima o su familia decida, no lo que diga un cura que ni siquiera puede tener hijos, ni cargarlos en su vientre -dijo el porteño.
—Porqué no dejan explicitar un poco más al doctor, muchachos, luego discutimos la posición política -dijo el cordobés con su tonada característica.
El Dr. Suárez, incrédulo por el diálogo mantenido por estos hombres que “parecían salidos de las películas de la inquisición de Ripstein o Buñuel”, al ver más tranquilo el ambiente, retomó la palabra:
—Bien, creo que el costo de los DIU es ínfimo comparado con los beneficios que les representa a las mujeres que ya no quieren tener bebés, luego de haber tenido al menos uno o dos hijos. Pero esa decisión debe ser tomada por ellas. De todos modos, debemos hablar con las mujeres para que junto a sus compañeros o maridos sepan los métodos más favorables para cuidar su salud y su sexualidad. Desde el preservativo, pasando por los espermicidas, diafragmas, píldoras anticonceptivas, o algo que se transforma en definitivo como las ligaduras de trompas o la vasectomía para los hombres. ¿Saben Uds. que es tan arcaica la legislación que las mujeres deben pedir autorización al marido y además llevar testigos para hacerse una ligadura en un hospital?
Nadie se animó a contradecir al médico, que continuó:
—Todos estos métodos tienen carácter preventivo y facilitan la planificación familiar, sobre cuántos hijos quieren o pueden tener, de acuerdo a sus condiciones físicas o económicas- y así siguió enumerando distintas alternativas sobre la forma de prevenir embarazos no deseados y situaciones límites para las mujeres. Incluso mencionó que la legislación penal preveía desde 1921 poder hacer un aborto a mujeres discapacitadas o violadas. Mencionó que en la práctica priva la militancia religiosa, recordando un caso donde los médicos priorizaron un feto de un mes antes que salvar la vida de una madre que falleció de un cáncer controlable, porque si le aplicaban rayos a la madre, inmediatamente abortaba.
El silencio fue notorio, no había argumentos.
—Bien, doctor, le agradecemos su aporte -dijo el secretario general-, ahora déjenos solos para definir si hacemos los cursos -expresó más convencido por la parte económica que por el concepto de independencia de la mujer-. Bueno muchachos, seguimos la discusión.
—Yo quiero recordar que algunas voces defensoras de la posición de la iglesia, días pasados contaron una anécdota sucedida en su pueblo de origen. Me gustaría que la repitieran -aportó el delegado de Chilecito, La Rioja.
—Es verdad, a veces el discurso es una cosa, le tememos al cura del pueblo, pero en los hechos las mujeres que pueden utilizan los DIU, porque es un sistema muy eficiente, y también para que no tengan que sufrir mirando el almanaque, sobre todo aquellas mujeres que ya tienen un par de hijos. En casa, si mi mujer no se hubiera puesto el DIU hoy tendríamos muchos hijos y no los podríamos alimentar.
—Esta bien, contá la historia, pero yo creo que no se puede ir contra lo que Dios decida -dijo el sanrafaelino.
—Viejo, otra vez ese verso, ¿Dios decide entonces quién es pobre y quién puede alimentar a sus hijos? Porque las mujeres profesionales o ricas tienen pocos hijos. ¿Lo decide Dios, la educación o las mujeres? Entonces Dios, si existe o si es justo, debería evitar que algunas mujeres sean sometidas, golpeadas, violadas por sus maridos -se enojó el rosarino.
—Bien, aquí tenemos al representante femenino, jajaja. Rosarino mariconazo, dejá de hablar por las mujeres –se burló el rionegrino.
—Bueno, cuento la anécdota -dice el cafayateño-. Aclaro que soy creyente y mis hijos son bautizados. Resulta que unas mujeres de la Acción Católica nos reprocharon una charla sobre uso de preservativo que intentábamos dar a los jóvenes de la escuela secundaria y decían que con esa consigna estábamos influyendo para que los adolescentes tuvieran relaciones sexuales prematrimoniales. Nosotros seguimos avanzando y llegamos a enseñar educación sexual y salud reproductiva. Allí dos de las mujeres de la Acción se volvieron locas y nos atacaron duramente en la radio local. “Que Dios los va a castigar, que el cura no va a dejar comulgar a quienes cometan el pecado mortal de utilizar métodos diferentes a la abstinencia sexual o al método Billing”, y prometía “el infierno para tamañas afrentas”, según esta feligresa. Pero resulta que una adolescente que participó de las charlas era hija del ginecólogo del pueblo. El padre de la jovencita le cuenta que “esa señora que hablaba, se había cambiado el DIU, ya que había cumplido su vida útil de 5 años, la semana anterior en su propio consultorio”. Esta piba de 16 años, cursando el cuarto año de perito mercantil, en el Colegio Secundario del Estado Provincial, cuenta el hecho y quienes habían sido agredidos por la labia de la militante ultracatólica, la llaman para dialogar en forma privada. Le comentan sin citar la fuente de información, lo que se habían enterado y allí se terminaron los palos en la rueda a los cursos de planificación familiar.
Varios de los presentes quedaron anonadados por la historia, y pocas argumentaciones quedaban cuando el santafesino atacó, diciendo:
—Muchachos, a los cursos van las que quieren, lo que no podemos hacer es sumir en la ignorancia a quienes quieren informarse, que luego decidan ellas si los van a utilizar o no. Demos la posibilidad a los humildes, ya que los que tienen acceso al conocimiento pueden optar si quieren tener más hijos.
El silencio de aquellos que se negaban a aceptar la propuesta fue notorio. Sólo el nativo de Desamparados, atinó a decir:
—Bueno, verán que no va a ir nadie a esos cursos.
—Está bien, si fracasa suspendemos los cursos por todo el año, pero si asisten bastantes mujeres, deben obligarse a hacerlo en cada filial -trató de convencer el misionero, comprometido con el proyecto.

Llegados los días previos al comienzo de las charlas, aquellos que tenían una posición favorable a los cursos fueron a recorrer las tres FM de la región para anunciar el evento. El cura local salió a amenazar con castigos bíblicos. Los periodistas le brindaron mucho más tiempo al párroco que a los promotores del curso. La comunidad católica se expresó contraria al dictado del mismo, era una sociedad muy conservadora y temerosa tal vez de algún viaje al infierno que nadie quería inaugurar.
Quienes se mostraron dudosos con la dirección de este conflicto, buscaron suspenderlo. Telefonearon al jefe, manifestando su preocupación por el cariz que tomaba esta confrontación, el nativo de General Alvear consultó con los organizadores, y la respuesta fue obvia:
—Total si no viene nadie nos tomamos unos mates y devoramos las tortillas entre nosotros.
La queja fue:
—Claro, pero nos dejan un quilombo en la zona.
—Bueno, viejo, arriesguemos, o no saben cómo lo condenaron a prisión perpetua a Galileo Galilei porque decía que la tierra era redonda y que giraba alrededor del sol.
—Apuesto a que no habrá más de 20 personas. Teniendo en cuenta que en toda la región hay casi mil afiliados, será un fracaso –dijo un dirigente local.
—Acepto que ese pequeño número será la representación de que la gente no ha entendido nuestro mensaje -dijo el correntino.
—Si no vienen más de 50 mujeres, pago el asado para todos los dirigentes que estén presentes -provocó el santafesino.
—Bravo, yo me pongo a la parrilla para gastar tu plata -cruzó el sanjuanino, totalmente escéptico de la concurrencia femenina.
Eran las 16 horas. El salón del Centro de Salud de Maipú, Mendoza, estaba vacío, con unas 60 o 70 sillas, tomado como posibilidad máxima de asistencia por los gremialistas locales. Llamaron a los empleados de la obra social para que haya alguien sentado y, tal vez, sea un llamador para las mujeres de la zona.
Pasados quince minutos, llega un grupo de jóvenes damas preguntando tímidamente “si allí se daba un curso para mujeres”. Un pequeño grupo se concentró en la esquina. Tuvieron que invitarlas a ingresar, porque parecía que no querían ser vistas entrando a la disertación. Los nervios de los organizadores, al pasar los 30 minutos de la convocatoria, eran terribles.
Pero minutos después llegaron dos camionetas con una docena de jovencitas, seguramente hijas de obreros de viñas; tres camiones, un tractor con un acoplado que venían de las viñas del oeste, varios grupos de señoras con rostros curtidos por el sol, y finalmente un colectivo completo que venía de la zona sur que, luego comentaron, lo habían reclamado las obreras a la empresa mas grande de la zona e hizo un itinerario desde la ciudad de Rivadavia a unos 30 kilómetros de distancia, levantando interesadas en cada pueblo. Se habían pasado el dato, organizado y decidido a venir. Al ver tanta concurrencia, muchas que estaban expectantes en las cercanías, esperando si alguna mujer se arrimaba, se animaron e ingresaron. También en la esquina más cercana había un grupo con sus grandes cruces colgando; seguramente iban a ir corriendo a la iglesia a pasarle el dato al cura. Eso había generado cierto temor en algunas jóvenes, que al ver a quienes estaban diariamente en el templo, trataron de evitar ser vistas dando una vuelta a la manzana e ingresaron por la calle contigua. Una de ellas, de unos 30 años, le pidió un minuto al médico diciéndole entre susurros:
—Doctor, quiero hablar con Ud. al término de la charla, necesito un consejo, mi hija de 14 años está embarazada de un mes y medio y queremos que se haga una “operación”, porque ni ella ni la familia quiere que lo tenga. Estamos desesperados, es una nena, dígame donde lo podemos hacer, porque en el hospital, a una chica que lo intentó hacer, la denunciaron y la metieron presa.
—Sí, señora, estoy a su disposición, cuando lo necesite, la espero al final.
Las mujeres seguían llegando:
—Conté las presentes -dijo el sanjuanino admirado y dispuesto a pagar el asado perdido-. ¡Ciento noventa y ocho mujeres!
El médico, con una sonrisa exultante, tomó su posición frente al auditorio para iniciar la charla, y les dijo:
—Señoritas y señoras, es un placer verlas aquí.

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